CAPÍTULO IV
Cordura
“A cada fibra de mi cuerpo lo martilla el sufrimiento. El dolor de mi espíritu es superior al de mi cuerpo… Y mientras mi cuello truena lentamente por la fuerza ejercida por la soga que cuelga del techo en mi armario, yo cierro los ojos, feliz de poder dejar atrás este horrible mundo.”
Un libro que había leído, que tenía estos renglones escritos y me había llegado muy profundo.
Hacía tiempo que no pensaba en lo horrible del mundo. De MI mundo: Mi madre nunca estaba en casa, mi hermano estaba tomando la personalidad que justamente odio y no puedo tolerar y muchas otras cosas que me hacían infinitamente infeliz. Creo que lo único que puedo decir que lo único bueno fue Tom.
Desde hacía unos meses atrás me había dado por empezar a escribir. La mayoría de los textos eran sobre la tristeza y el dolor:
“Dime que sucede con el amor… que no puede aparecer en mi vida... Solo la muerte en mis sueños me abraza y me susurra al oído que la bala de mi pistola es mi salvadora…”
Casi siempre escribía algunos renglones, unos cuantos versos, nada más.
Tom no aparecía y eso solo me restregaba en la cara la sensación que tenía de soledad, y aunque apareciera Tom, ya no me ayudaba, pues sabía perfectamente que él era yo y que siempre estaré solo.
De la última noche que pasé en casa, recuerdo que caminaba por mi cuarto en círculos, eternos círculos; en mi mente solo deambulaban las ideas de que sería de mi el resto de mi vida y un grito sonaba en mi cabeza:
-¡Eres un desgraciado!
“No soy un desgraciado… tú lo eres” le respondía mi cabeza a la voz que me atacaba.
-¡No sirves para nada!
“Si, sirvo para algo... ¡Tu no sabes nada!” Los gritos en mi mente eran más potentes…
-¡Eres un pobre niño que no sabe hacer otra cosa que sentir se solo y lloriquear por una chiquilla estúpida!
-¡Cállate! ¡Cállate maldito! ¡Tú no sabes nada de mí! ¡Dónde estas! ¡Callate! ¡Largate de aquí, dejame solo!
En mi mente sonaban cada vez más fuertes los gritos de la voz.
-Oh… pobrecito niño… ¿ya se orino de miedo? ¿Va ha hacer un berrinche?
Su voz burlona era insoportable… simplemente no podía soportarlo… Quería apagar la voz de la forma más violenta posible… Mi cabeza me dolía y no podía hacer otra cosa que llorar. Después de 10 minutos de intensos gritos dentro de mi cabeza, caí desmayado sobre mi cama.
(“Muéstrame otra vez el camino para poder evitar seguirlo, porque no quiero llegar nunca a casa”)
A la mañana siguiente desperté en un hospital, en una cama, con un desayuno bastante austero en una bandeja junto a mí. Tenía un tubillo que iba desde una bolsa de suero hasta la parte posterior de mi mano y todo el cuarto apestaba a medicina. En el cuarto no había ventanas, solo una televisión empotrada en una base que salía de la pared. El cuarto de baño esta abierto, con la luz apagada y mi cabeza no paraba de dolerme.-Ya no vale la pena seguir viviendo así-Tom estaba sentado en la silla junto a mi cama. O al menos eso me decían mis ojos.
-¿Por qué no?
-¿Por qué no? Solo mírate. Hace unas horas tuviste un colapso mental. Tu mente sigue creando más personalidades. Ya no soy el único.
Esa fue la última frase que él o yo dijimos. Pasaron un par de horas y los doctores pasaban por mi cama; algunos revisaban mis datos, en esa hoja que le cuelgan a las camas con el diagnostico de los pacientes. Algunos lo leían, se iban y regresaban con mi dotación de medicinas y otros simplemente se iban para no volver.
Mi madre estuvo durante las noches en mi cuarto. Cada noche desde las 8 hasta las 7 de la mañana. Diario, y así fue durante 5 días. Psicólogos iban a verme ¿Cuál es la razón para que un muchacho de 19 años caiga en un shock mental tan fuerte que lo haga llegar casi al estado de coma?
-Dime, hijo- El psicólogo que iba a verme por las tardes era un hombre cincuentón de poco pelo, canoso, con arrugas por toda la cara, una gran frente y unos lentes que hacían lucir sus ojos aún más pequeños de lo que ya eran. Su altura no rebasaba el metro con sesenta centímetros y recuerdo perfectamente que en los días que me fue a ver sus zapatos blancos impecables siempre hacían juego con una bata que siempre traía encima- ¿Puedes recordar que te pasó justo antes de que tuvieras el shock en tu casa?
-No- Mi cara estaba perdida, difícilmente atinaba a contestar si o no, no sentía nada de mi cuerpo y en mi memoria todavía retumbaban los gritos de aquella voz.
El hombre se rascó la barbilla un instante, pasó su mano izquierda por su calva y volvió a decir:
-Dime, ¿Qué es lo que haces cuando estas solo?
-Nada
-¿No tienes amigos?
-No
-¿Estas solo?
-Si
Ahora dime… ¿Con quién hablabas anoche?
-La enfermera de turno me dijo que te escuchó hablando con alguien… pero que nunca escuchó a un interlocutor… ¿Quién era?
-Tom- Esto me sorprendió, aún en mi perdición mental, logré entender lo que mi boca articuló y de inmediato supe que eso no lo dije yo.
-¿Tom? ¿Y quién es Tom?
-Alguien… digame ¿No se cansa de hacer preguntas?
-No nos desviemos, hijo ¿Tom es tu amigo?
-No le incumbe
-¿Es tu amigo imaginario?¿No ya estas muy grande para andar con esos jueguitos?
“para andar con esos jueguitos” Eso le dolió a Tom.
-No son jueguitos viejo inepto. YO SOY TOM
-¿Qué tú eres Tom?¿Qué rayos te pasa?
-Tom y el muchacho con el que piensa hablar, somos la misma persona
-Esta bien Tom- El tipo se veía perturbado- Dices que eres el chico. Sin embargo, no eres él…
-Exacto
-Exactamente ¿Quién eres?
“¡VAYASE A LA MIERDA!” Escuche perfectamente como la voz de mi cabeza volvía a gritar, Tom se enfurecía cada vez más y yo observaba la escena como alguien ajeno completamente a todo. Como si lo viera por televisión.
“¡VAYASE A LA MIERDA!” Volvió a rugir la voz, y Tom se paró de un salto del sillón en el que estaba, gritó como lo como loco al doctor, lo acusó de que torturaba a los enfermos, que para eso estudian los psicólogos. Para hacerle la vida imposible a los enfermos con problemas.
El señor solo atinó a cubrirse la cara en espera de un golpe de Tom, mientras este golpeaba las paredes y gritaba histérico.
“¡VAYASE A LA MIERDA!” La voz sonaba en mi cabeza y ya no solo ahí, Tom empezó a gritarle eso al doctor mientras pateaba la mesita de centro del saloncito donde estábamos, tomó una silla que estaba junto a él y la arrojó contra la ventana. Los vidrios volaron y varios se clavaron en la ropa del doctor y la de Tom. Él gritaba más fuerte y como loco, arrojando todo lo que tenía a la mano y azotando las paredes. Se dirigió a la puerta y la pateó con todas sus fuerzas hasta que la madera empezó a ceder y a abollarse.
Los gritos de los enfermeros del hospital no se hicieron esperar “¡HEY, QUE PASA HAY!... ¡ABRAN LA PUERTA! ¡ABRAN LA MALDITA PUERTA!
“¡VAYANSE A LA MIERDA!” Volvió a gritar Tom con una voz de odio y desgarro tal que me rasgó el alma. “¡VAYASE A LA MIERDA!”
Lo que sucedió después fue tan rápido que apenas lo pude asimilar:
Los enfermeros y varios doctores derribaron la puerta, el psicólogo estaba arrinconado en una esquina de la salita, cubriéndose la cara con los brazos, todo el lugar estaba deshecho. Las sillas estaban tiradas por todo el lugar y todos los vidrios (de la ventana, la mesita de centro, y la ventanita de la puerta) estaban hechos trizas.
Entre 4 enfermeros tiraron a Tom, y con la ayuda de otros 2 lo lograron someter. Debajo de toda esa masa de hombres oí perfectamente gritar a Tom, con esa voz desgarrada y de sus ojos empezaron a brotar lágrimas. Un doctor llegó con un tranquilizante que inmediatamente pero con esfuerzos, le logró poner a Tom, quién cayó derrotado.
Lo que yo supongo eran horas después, volví a despertar en mi habitación, mi madre no estaba en su silla, y mis manos y pies estaban atados a la cama, ahora cada que las enfermeras o doctores pasaban por mi mesa se apresuraban a pasar y evitaban siquiera verme de reojo.
Fuera del cuarto, estaba el psicólogo con otro doctor platicando sobre mi.
-Si, así es, Eduardo, el pobre chico esta muy mal- Esa voz era del psiquiatra, la reconocería en cualquier parte y más aún después de lo que pasó en la tarde
-Dijiste que hubo un momento donde dijo que se llamaba Tom, ¿no?
-Así es, y reaccionó violentamente cuando le pregunto en son de juego que si no era su amigo imaginario.
-¿Y por eso empezó todo?
-Aja
-Ese chico esta loco, para serte sincero
-Tal vez, ya programé su transferencia al psiquiátrico San Luis para mañana ahí harán los estudios necesarios, solo necesitamos que su madre firme los papeles y...
-El loco se va…
-Iba a decir que sabremos en verdad que pasa por su cabeza.
-¡Oh! Vamos Alfonso, tienes que admitirlo… el chico esta mal de la cabeza. ESTA LOCO, LOCO DE REMATE
“Loco de remate” Así era catalogado por un doctor. Por una persona que no entendía nada de mí, de Tom y de mi mundo…
Una enfermera pasó junto a mí, me inyectó algo y minutos después, caí dormido por el sedante.
Mi madre al otro día firmó los papeles y como a las 11 de la mañana me sacaron en silla de ruedas de mi cuarto, bajamos en elevador hasta el último piso, donde están las ambulancias, y una ambulancia distinta a las demás me esperaba con las puertas traseras abiertas y dos hombres algo fornidos sentados, viendo como me acercaban.
-Este es el chico- Dijo el enfermero que me llevaba
-¿Es este? Pues se ve bastante debilucho para todo lo que dicen que hizo ayer.
-Sin duda, no nos causará problemas en el camino- Dijo el otro hombre de la ambulancia
-Como quieran- Respondió el enfermero a los tipos con un gesto de poca importancia- pero reacciona muy de momento. Solo para que estén atentos.
Entre los tres me subieron a la camilla que estaba en la ambulancia, me ataron y cerraron las puertas, los hombres pasaron a los asientos delanteros y el auto arrancó. El camino fue largo y pasivo. No hubo voz que escuchar que me gritara e insultara, solo Tom que estuvo a mi lado todo el camino.
-Este el chico que envía el hospital-Dijo el hombre que condujo la ambulancia al doctor que nos había recibido- ¿A dónde lo llevamos?
-Cuarto 411, aún no sabemos que tiene y si esta sano, para mañana, después de los estudios le reasignaremos cuarto. Por lo mientras llévenlo ahí.
El psiquiátrico era completamente distinto al hospital. A pesar de que ambos estaban pintados de blanco, en el hospital podías ver a los doctores y enfermeras de aquí para allá, con esto o lo otro, veías a las visitas o al menos al conserje. Aquí no. Aquí era distinto, los doctores caminaban pero de modo indiferente y nada preocupados. Los enfermos que se paseaban por los pasillos parecían muertos vivientes, sus ojos no reflejaban sentimiento alguno y a unos cuantos les corría un poco de baba de sus bocas. Eran unos pobres idiotas. En ningún cuarto o pasillo había visitas, nada, todo estaba desierto. Solo estaban los doctores y enfermeros quienes estaban condenados a trabajar ahí hasta que el sindicato les cambiara de ubicación y estaban los enfermos quienes estaban condenados a nunca salir de ahí, abandonado por lo que se les puede llamar “sus familias”.
“Esta será mi suerte” pensé mientras veía a una señora de cómo 70 años, como me veía con sus ojos vacíos y la saliva se iba a estrellar de su boca a sus manos, sobre su regazo.
-Listo, loquito, llegamos, cuarto 411, seguramente no estarás aquí mucho tiempo. Solo en lo que sabemos que tipo de loco eres- Me dijo el enfermero con sorna mientras me metía en el cuarto con una triste ventana que daba a un campo.
Sentí como pasaban las horas, y con mis uñas había rasgado unos versos en la pared blanca:
-¿Quién eres tú? ¿Cómo te llamas? ¡Muéstrate!- Preguntó inmediatamente Tom.
Yo simplemente observaba a Tom y oía a la voz, estaba perdido, e igual que con el psicólogo, todo lo veía muy ajeno a mí.
-Yo soy tú, Tom, soy todo el odio que este chico guarda, para que no lo sientas tu, soy todo el odio y rencor de años que el chico a escondido y que ahora es libre. Esa sensación de abandono que sientes cuando estas solo y tu madre no esta y que sientes desde que tienes memoria. Eso que sientes cuando vez en tu hermano a alguien a quien odias hasta el fondo de tu alma y que si tuvieras la oportunidad, no dudarías en golpear hasta el cansancio. Esa soledad que te come por dentro, porque no tienes amigos y nadie se fija en ti. Eso que sientes, incluso cuando saludas a alguien que conoces y solo porque es de clase pudiente y no como tú, no te saluda. Soy todo eso que sientes y que escondes. Mi nombre no es importante y si quieres verme, solo tienes que verme al espejo… Soy todo lo que sientes cuando te vez a ti mismo solo, condenado a ser la mascota imaginaria de este mocoso, soy lo el sentimiento que sientes ahora mismo, y que siempre has negado su existencia…
-¡Falso! Yo no puedo tener esos sentimientos que dices, yo no
-¿En serio? Entonces dime que sucedió ayer con el loquero… Ese te aseguro no fue el niño ni yo. Yo solo dije lo que pensaba, el viejo estaba jodiendo mucho, tú fuiste quien actuó.
-No… ¡Cállate!
-Sabes perfectamente que no me voy a callar y voy a seguir alimentando esa impotencia tuya que sientes por no poder hacerme nada.
El resto de la tarde y toda la noche no hice nada, Tom estaba sentado en el suelo. La voz se había dejado de oír y en mi cabeza corrían muchas ideas, pero todas ajenas a mí.
Al otro día me harían las pruebas, solo para restregarme en la cara que estoy loco.
FIN DEL CUARTO CAPÍTULO