domingo, 19 de agosto de 2007

Vida y Obra de La Muerte II

Una ventana. Y una desesperanza. El frío cuerpo empezaba a caer en dirección al suelo desde un sexto piso. Fué dura la caida, mullido el sentimiento de alivio. No hubo nada que lamentar. En esa noche fría en que el muerto arbol desde su jardinera miraba estático la escena. Dos días antes no hubiera sucedido nada parecido.


Para nada.


Dos días antes el hombre era feliz como nadie, pero ¿quién es el hombre para llamarse dueño de su destino? Aquello que tenemos lo perdemos, tarde o temprano y el reloj de la Muerte decidió que para este hombre, fuera temprano.


Su sombra se llevó a la amada de él y a su producto. Esa pequeña alma que se crea dentro de otra; que nace de otra alma y que a todos nos hace felices y nos llena de gracia, por un arrebato de aire se lleva todo y nos deja sin nada. Nada de nada, solo desolación y tristeza, una eterna tristeza sentenciada estar con nosotros siempre.


El hombre nunca pensó que un cáncer se pusiera entre él y sus sueños y los destruyera de un golpe. Hacía dos días que no comía y hacía dos noches que no dormía, deseando estar, aunque sea, durmiendo junto al cadaver de su esposa e hijo.

Muerte. Esa desgraciada inconsiente que se lleva todo lo que amamos fraguó un plan con las malos espíritus para llevarsela a ella y a lo que tenía dentro. Su terrible oz vino y cortó de tajo el último suspiro de su pecho y el de su bebé. Hacía dos días talvez hubiera recapacitado sobre el suicidio, solo tal vez, como si fuera un vago pensamiento fugaz y lo hubiera reprimido con la imagen del cuerpo de su mujer moviendose en un ritmo igual al suyo en un goze silencioso. Pero hoy, dos días después, no.


Dos botellas de Wisky en el sistema digestivo para no volver la mirada atras, para olvidar a las posibles sustitutas de su esposa. Aquel hombre de treinta y tantos de algún lugar del condado de York, Inglaterra perdió la fé en su dios y se entregó a las manos de la misma Muerte que se había llevado a su mujer. Nadie le lloró al hombre. Hacía poco le habían llorado a la mujer y aún no terminaban.


El velorio fué silencioso, somelmne. Una densa niebla cubría todo. Su alma estaba parada, junto a aquel arbol muerto en su jardinera. Los huesos de una mano se pusieron en su hombro y un espectral y solemne craneo le indicaba la hora de partir.


Pobre, no va a estar con su esposa.


Las puertas del No-Mundo se abrieron, el hombre entró en ellas y segundos después sus desesperados gritos y lamentos se óían por todos lados.


Infierno. Lugar para las almas suicidas y pecaminosas, no había otro lugar para él.


¿Es triste, malévolo o simplemente horrible el trabajo de Muerte?... No. Muerte trabaja llevandose las almas de los muertos, sabiendo que ella también es mortal, nada es infinito y cuando la vida acabe, ella también morirá. La Muerte acaba con la muerte.

El ciclo vital continua y mientras los desesperados gritos del ingles se pierden en la nada. Hay que seguir con la lista.


-Nombre...- La voz de Muerte es fría, como si un témpano de hielo tuviera voz, además, es profunda, penetrante, casi cavernosa.


"Hans Schnneider" se dibuja por sí solo en la base café del reloj de arena y la oz de Muerte dibuja una línea en el aire, por donde pasa su esqueleto y llega a un pequeño poblado alemán, cerca de Rurhgebit.


Una casa triste, deshabitada, a punto de caerse en pedazos, conservando ese pintoresco aire del siglo XVII se cimbra frente la túnica negra dibujada en la nieve. Muerte entra.


No hay luz, no hay agua, no hay muebles y no hay otra cosa más que periódicos viejos regados por todo el lugar y un montón de negros cuervos que vuelan de su lugar si Muerte pasa cerca.


Animales. Son más listos, más listos y menos pretenciosos que los hombres.


Al fondo de la casona, un hombre viejo, calvo, y con ropas viejas y sin lavar. Recorría en círculos la habitación y escudriñaba con la vista el lugar. Había excremento de ave por cualquier lado.

Sus pies descalzos mostraban unos grandes callos en la planta del pie. Quién sabe desde cuando esta sin zapatos.


Muerte lo veía desde el marco de la puerta.


-Dónde esta... ¡Dónde esta!... Juraría que aquí lo tenía- El hombre le hablaba al aire. No había visto a muerte. Obvio, casi nadie lo puede hacer. Muy pocas personas, de verdad muy pocas, pueden hacerlo, tienen que sentír de verdad la muerte. Es de regla que las personas que abrazan el ataud o al difunto y se quieran aventar con él al hoyo sean los primeros en no verle.


-Aquí lo dejé, aquí lo dejé...


La Muerte caminó hacia el hombre. Inmediatamente el primer hueso de su pie tocó la madera del suelo, el hombre volteó a verle, con unos ojos verdes penetrantes, ojerosos y enrojecidos, al parecer por no dormir.


La mirada del hombre que antes era de desesperación y espanto desaparecieron y se volvieron en una de rabia, profunda rabia.


-¡Ahora no! ¡No molestes, no estoy listo!- Dejó de ver a Muerte y volvió a empezar a darle vueltas a la habitación con su mirada de desesperanza.-... Dónde esta... dónde esta... ¡Juro que la tenía aquí mismo!...


Muerte no se inmutó por el grito del hombre. Era raro que le viera y le reprochara, más que raro, pero la vida sigue y la muerte apremia. Nadie va a ir a Irak por los ni a la Franja de Gaza a recojer a los muertos más que él.


El hombre seguía en circulos refunfuñandole a la nada, sin tomar en cuenta a la Muerte. Esta caminó en dirección a él y le estiró una mano para tomarlo del hombro, pero el viejo reaccionó ante tal acción y para mayor asombro de Muerte esquivó su esqueletica mano y se la alejó de un manazo.


-¡He dicho que aún no!-Empezaron a salir lágrimas de sus ojos.- ¡¿Qué no entiendes?!-Empezó a sollozar- No me quiero ir todavía... No puedo-

La sombra misma de la Muerte estremeció. Un humano lo había tocado, es decir, lo podía ver. Toda teoría de que le hablaba solo desapareció. Hans podía ver a Muerte, aún no se quería ir pero tenía que hacerlo.

-Demonios... dame un minuto... solo uno... tiene que aparecer...

Y continuaba el anciano buscando entre nada, con los callosos pies pasando de un lugar a otro sobre el excremento de cuervo y con la Muerte en el marco de su puerta.

lunes, 13 de agosto de 2007

Vida y Obra de la Muerte I

Era noche. Ella estaba sentada en una banca del parque, esperando por él. Todo el día sentada en esa banca, solo moviendose para despertar sus adormilados pies y volver a esa posición estática que la confundia con el entorno para las palomas. Ya era hora. El reloj de arena de la muerte marcaba que la arena de esa mujer había caido por completo al otro lado y debía partir.

Fue simple, sistematico. De rutina.

Para la muerte había tres tipos de gente:

-Las que apaciblemente esperan su hora. Sin más ajetreos. Si su comportamiento en la tierra fue bueno durante los últimos 20 años se les permite ver a un ser querido una o dos noches antes para que les de el aviso de la forma que solo los familiares amados lo saben hacer. Normalmente estas personas son los enfermos terminales que viven conectados a aparatos o simplemente viejos que viven solos ya no tienen a nadie en el mundo (el papa Juan Pablo II fué uno de los más pacíficos que la muerte se pudo haber encontrado desde la aparición del hombre en la tierra).

-Los escandalosos que no aceptan su hora y tienden a emprender una huida. En vano, obviamente. Una regla de la naturaleza es que no puedes aplazar tu vida más allá de lo permitido, si lo haces, los resultados son catastróficos. Locura, asesinatos, torturas, violaciones. Cosas por el estilo que normalmente solo significan más trabajo para la muerte y que nos llevan al siguiente tipo de gente.

-Los que no saben que su tiempo terminó cuando no debió terminar. Son gente que no ve llegar su muerte o que simplemente se suicidan. Mayoritariamente son personas que mueren sin saberlo. Como un accidente de carro o una muerte en una cirugía. Esos son los llamados "fantasmas" o "aparecidos". Estos últimos son unos problematicos y una lata, ya que nadie que muere sin saberlo toma muy a la ligera la noticia que lleva una o dos semanas muerto. Entonces, hay que tomar el papel de negociador y empezar a hablarles sobre que les sucede, de una manera gentil para que no vayan a cometer alguna tontería cuando se enteren. Estos trabajos de convencimiento toman entre 20 y 40 años.

En fin.

Para Muerte, esto ya era como moverse. Desde siempre ha estado destinado a llevar almas a la entrada del No-Mundo. Llevarlas de la mano como niños de 2 años a esperar su destino. Algo bastante hartante si tomas en cuenta que llevas más de 2 millones de años haciendolo.

"¿Siguiente en la lista?" Pregunto la muerte al aire y en la base del relog de arena el nombre que decía "Maria Stuart" cambio a "Daniel Medina" y la arena que estaba en el fondo del reloj subio hasta la mitad y volvió a empezar su rápido descenso. Hay que darse prisa si no queremos otro problematico que escapa de su hora. Tomó su oz y la movío en el aire cortando la nada. Un portal se abrió y la muerte entró ahí. Otro portal, lejos de Maryland se abrió.

Un sol ardiente y una arena hirviendo recibieron a Muerte. A lo lejos, una mota negra estaba tirada en medio de otras motas encorbadas alrededor suyo. Muerte llegó y con su oz auyentó a los zopilotes que con desgane se alejaban solo unos metros de su platillo. La imagen era desgarradora pero no para Muerte. Él que había recogido a cientos en Alemania, y que todávía recoge a cientos en África, no se iba a dejar ganar por eso. Un pobre hombre de treinta y tantos con deshidratación extrema. No. Eso era de rutina también.

Tomó al hombre del hombro. Lo levantó y al contacto supo su historia. Abandonado a su suerte en el desierto por ladrones de organos desde hace tres días, con un solo riñón en su interior y una no muy metódica técnica de extirpamiento. Sus días ya estaban contados desde que decidió salir a comprar cigarrillos. No había nada por hacer, solo llevarlo pacíficamente y con un semblante paternal a las puertas del otro mundo, para esperar su suerte como todos.

Se levantó del suelo con Daniel recargado sobre su clavícula derecha y elevó vuelo hacía las puertas. En medio del viaje pudo oír susurrar al tipo algo. Como un agradecimiento por su servicio. "Pobre" pensó muerte. Rendido por solo estar solo, eso no lo dejan pasar por alto los jefes y sin duda a Daniel le esperaba un eterno tormento en el infierno, porque para ellos, esto era un tipo de suicidio y el suicidio recibe pena máxima. Ni modo.

Pasó un rato antes de que el nombre del siguiente apareciera en el reloj. Pocas veces en su eternidad había tenido este breve descanso.Habrán pasado 30 segundos cuando la leyenda "Sin nombre" apareció en su reloj. La arena subió casi al 100% y volvió a empezar a caer. Un bebé. No hay duda siempre es así.

Muerte abrió su portal y se fué a algun lugar fuera de los desiertos de Tijuana.

Eran las 3 de la madrugada en Moscú y un hombre acurrucado en una callejuela dormitaba-moría en el suelo, con medio cuerpo dentro de una gran caja de una televisión y un perro abrazado a él. El perro, también al borde de la muerte. La escena fue dudosa. ¿Tenía que llevarse al perro o al hombre? Normalmente cuando se trata de un animal solo le llega el sentimiento de la nada. Talvez porque los animales estan en contacto con la naturaleza o quien sabe, pero era la primera vez que dudaba.

La imagen era triste. En toda la calle había una penetrante oscuridad que cubría cada rincón y espacio, la nieve tenía como mínimo 5 u 8 cm de altura y seguía cayendo del cielo. Pero dondel hombre y el perro estaban no había nieve, se notaba que había sido quitada por el mendígo con sus propias manos. Los morados dedos alrededor del animalo lo delataban y la barba gris y asquerosa que salía de su mentón estaba congelada igual que parte del cabello del hombre y el perro. Las respiraciones de ambos eran lentas, moribundas, ya casi sin vida. El perro no movía nada de él mas que su caja toráxica y el hombre apenas si se notaba su movimiento. La pobre vestimenta de él constaba de una chaqueta rota de los codos y final de las mangas , con varias manchas de tierra y estiercol, un pantalón negro sucio, con orina (seguramente un vano intento por calentarse con algo), corto para el tamaño de hombre, a la altura de sus tobillos, amarrado con un mecate y unos zapatos negros con ollos en la suela. Una triste sección de periodico los separaba a él y a su compañero del congelado suelo y un lado de la caja cubría sus cabezas de la nieve que caía.

Había un silencio penetrante que hizo estremecer hasta las vertebras de la misma Muerte y entonces temió. Temió por primera vez en toda su eterna existencia por el destino de este pobre hombre. El animal sin duda llegaría al Limbo. El mejor lugar que todo animal puede encontrar. Pero el hombre desconocido. ¿Cuál era su futuro? ¿Por qué el reloj no daba su nombre y porqué estaba casi lleno y no parecía vaciarse nunca? ¿Acaso era una prueba de los Grandes? Determinó esperar a que el reloj se vaciara tres cuartas partes para entonces despertarlo y llevarlo a las puertas. Pasó la noche y empezó a salir el sol. La temperatura no aumentaba mucho pero ese sol era reconfortante y calentaba aunque sea un poco después de la helada de esa noche. Se vació la mitad del reloj y el hombre se despertó.

Abrió los ojos como comprobando que seguía vivo y luego movío su cabeza vió a su can con la lengua de fuera, azul por el frío, pero vivo.
Se levantó y con esa rara característica de fidelidad de estos animales, también lo hizo el perro. Él se paro y se sacudió la nieve del pantalón viejo. Dió unas palmaditas al animal y caminó fuera de esa calle hacia otro lado. Con paso lento, pero resuelto. El reloj de la muerte se detuvo y cambió de nombre. Sorprendida, la muerte lo vió alejarse y fué a su nuevo destino pensando en este extraño hombre.