viernes, 13 de julio de 2007

Los gatos no solo maullan

Era tarde. Media noche, para ser precisos. Helena se retorcía en el suelo, con espasmos horribles, escupiendo espuma por la boca, engarrotada de las manos y piernas; su cabello extendido por el suelo formaba una figura irregular que si un anciano hubiera visto, diría que era la cara del mismísimo demonio. Helena quería gritar, pero no podía, quería corre, pero sus piernas estaban más tiesas que un palo, quizo buscar ayuda con su mano, pero esta se renegaba a seguir su mandato y se movía solo a la orden del siguiente espantoso espasmo.

La habitación estaba oscura, no se distinguía nada, solo la triste figura de la chica mientras parecía que moría lenta y dolorosamente en el suelo de su cocina. Sus ojos buscaban desesperadamente a alguien que le brindara ayuda, pero estando en el piso 12 de un edificio dificilmente alguien se acercaría a su departamento y más aún a esas horas. Sentía como su cuerpo se empezaba a llenar de un frío penetrante que aumentaba más y más. Se sintió al filo de la hipotérmia, cuando repentinamente posó su mirada sobre el gato de angora sordo que había adoptado. Aquel tierno gato que le miraba fijamente a los ojos. Esos ojos verde esmeralda que brillaban en la noche.

Parecía que se la iba a tragar por los ojos, Helena sintió como poco a poco el gato se le acercaban más y más esos ojos mientras sus brazos empezaban a moverse más descontroladamente.

El gato la seguía mirando fijamente, como si supiera lo que pasaba y lo que lé pasaba, dejandola sufrir, en medio de su agonía por mero gusto.

El gato, posado en una ventana que daba a la oscura ciudad dió un brinco largo y aterrizó en la mesa del desayunador. Durante unos instantes, el espasmo de Helena se tranquilizó pero inmediatamente el gato volvió a posar sus ojos sobre los de ella y los espasmos volvieron y más potentes. El animal se estaba acercando más a ella, de una forma lenta, torturante, hipnotizante y asesina.

Ella nunca quizo creer en los cuentos de su abuela de que los gatos son los demonios de Satanás disfrazados para pasar desapercibidos entre los humanos, pero en aquellos instantes, olvidó todo y el temor se hizo presente. El temor a que el gato diera otro brinco para luego simplemente caminar hacia ella y hacia el final de su vida le empezó a taladrar la cabeza. Una lagrima quizo salir por sus ojos, pero en lugar de eso, efervesió de su boca en forma de más espuma.

El gato dió otro brinco y con su aterrizaje otro espasmo llegó a las manos y esta vez a sus piernas que por primera vez, en lo que a Helena le parecían horas, se empezaban a mover. Temío al gato. A aquél gato que curó de una pata lastimada. "¿Por qué me haces esto?" . Helena juró en ese instante que el gato la miró más profundamente a los ojos y alcanzó a verle sonreir, los ojos del gato se entrecerraron un poco y ella sintió como su garganta se cerraba uno o dos milímetros, dificultando su de por sí ya aparatosa respiración. "¿Por qué me haces esto?" Volvió a preguntarse en la cabeza Helena y el gato entrecerró un poco más los ojos. Su garganta se cerró otro milímetro y el aire le empezó a faltar. Se sintió vacia por dentro, hueca y sin tripas. El gato daba su segundo paso y la lengua de Helena se adormiló. Un movimiento de cola hizo que la cabeza de la mujer se moviera hacia el lado derecho, causando que la lengua tapara la garganta y evitando la entrada del aire.

Quizo gritar, pero se retorcía más fuerte y furiosamente. Quizo llorar, pero escupía más espuma. Agonizando volvió su mirada al gato que seguía entrecerrando más sus enormes ojos verdes, entonces adivinó. El gato la estaba matando. El gato si era el terrible demonio que su abuela le decía y ahora pagaría el castigo de Dios por vivir bajo el mismo techo que un demonio.

Los ojos del felino se terminaron por cerrar. Dió su tercer paso y Helena expiró. Con la lengua partida por mitad a causa de la mordida de sus dientes y una gran cantidad de espuma junto a su cara. Huesos dislocados y una mirada de horror en sus ojos, mirando hacia las patas de una silla. El gato llegó hasta su ama para lamerla y restregarse junto a ella, buscando una respuesta. A unos metros de ahí, en la mesa del comedor. Había un paquetito de Alkazeltzer abierto, sin sus dos pastillas y ningun vaso de agua
cerca.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Salut!

Ya era hora de que escribieras algo joder! Este cuento también me ha gustado, recuerda mucho al de "Crónica de una muerte anunciada" y da la impresión de ser el capítulo de un libro de cuentos donde todos los personajes estas conectados unos con otros y eso mola cantidad.

Ene fin, me ha gustado tu cuento y espero que sigas escribiendo mas seguido, dew!.

Alexandra

Guffo Caballero dijo...

Compadre, mándeme el dibujo de la escalera y el de "qué feo pelo y qué fea nariz" para ponerlos en la nueva página y tenerlo para publicarlo en la revista. No sea gacho.
Mira, este es el nuevo proyecto:

www.revistadecomics.blogspot.com

Y mándeme el número de cuenta para decvolverle su dinero porque esta bronca con la editorial que me transeó va para largo.

Saludos.