Para nada.
Dos días antes el hombre era feliz como nadie, pero ¿quién es el hombre para llamarse dueño de su destino? Aquello que tenemos lo perdemos, tarde o temprano y el reloj de la Muerte decidió que para este hombre, fuera temprano.
Su sombra se llevó a la amada de él y a su producto. Esa pequeña alma que se crea dentro de otra; que nace de otra alma y que a todos nos hace felices y nos llena de gracia, por un arrebato de aire se lleva todo y nos deja sin nada. Nada de nada, solo desolación y tristeza, una eterna tristeza sentenciada estar con nosotros siempre.
El hombre nunca pensó que un cáncer se pusiera entre él y sus sueños y los destruyera de un golpe. Hacía dos días que no comía y hacía dos noches que no dormía, deseando estar, aunque sea, durmiendo junto al cadaver de su esposa e hijo.
Muerte. Esa desgraciada inconsiente que se lleva todo lo que amamos fraguó un plan con las malos espíritus para llevarsela a ella y a lo que tenía dentro. Su terrible oz vino y cortó de tajo el último suspiro de su pecho y el de su bebé. Hacía dos días talvez hubiera recapacitado sobre el suicidio, solo tal vez, como si fuera un vago pensamiento fugaz y lo hubiera reprimido con la imagen del cuerpo de su mujer moviendose en un ritmo igual al suyo en un goze silencioso. Pero hoy, dos días después, no.
Dos botellas de Wisky en el sistema digestivo para no volver la mirada atras, para olvidar a las posibles sustitutas de su esposa. Aquel hombre de treinta y tantos de algún lugar del condado de York, Inglaterra perdió la fé en su dios y se entregó a las manos de la misma Muerte que se había llevado a su mujer. Nadie le lloró al hombre. Hacía poco le habían llorado a la mujer y aún no terminaban.
El velorio fué silencioso, somelmne. Una densa niebla cubría todo. Su alma estaba parada, junto a aquel arbol muerto en su jardinera. Los huesos de una mano se pusieron en su hombro y un espectral y solemne craneo le indicaba la hora de partir.
Pobre, no va a estar con su esposa.
Las puertas del No-Mundo se abrieron, el hombre entró en ellas y segundos después sus desesperados gritos y lamentos se óían por todos lados.
Infierno. Lugar para las almas suicidas y pecaminosas, no había otro lugar para él.
¿Es triste, malévolo o simplemente horrible el trabajo de Muerte?... No. Muerte trabaja llevandose las almas de los muertos, sabiendo que ella también es mortal, nada es infinito y cuando la vida acabe, ella también morirá. La Muerte acaba con la muerte.
El ciclo vital continua y mientras los desesperados gritos del ingles se pierden en la nada. Hay que seguir con la lista.
-Nombre...- La voz de Muerte es fría, como si un témpano de hielo tuviera voz, además, es profunda, penetrante, casi cavernosa.
"Hans Schnneider" se dibuja por sí solo en la base café del reloj de arena y la oz de Muerte dibuja una línea en el aire, por donde pasa su esqueleto y llega a un pequeño poblado alemán, cerca de Rurhgebit.
Una casa triste, deshabitada, a punto de caerse en pedazos, conservando ese pintoresco aire del siglo XVII se cimbra frente la túnica negra dibujada en la nieve. Muerte entra.
No hay luz, no hay agua, no hay muebles y no hay otra cosa más que periódicos viejos regados por todo el lugar y un montón de negros cuervos que vuelan de su lugar si Muerte pasa cerca.
Animales. Son más listos, más listos y menos pretenciosos que los hombres.
Al fondo de la casona, un hombre viejo, calvo, y con ropas viejas y sin lavar. Recorría en círculos la habitación y escudriñaba con la vista el lugar. Había excremento de ave por cualquier lado.
Sus pies descalzos mostraban unos grandes callos en la planta del pie. Quién sabe desde cuando esta sin zapatos.
Muerte lo veía desde el marco de la puerta.
-Dónde esta... ¡Dónde esta!... Juraría que aquí lo tenía- El hombre le hablaba al aire. No había visto a muerte. Obvio, casi nadie lo puede hacer. Muy pocas personas, de verdad muy pocas, pueden hacerlo, tienen que sentír de verdad la muerte. Es de regla que las personas que abrazan el ataud o al difunto y se quieran aventar con él al hoyo sean los primeros en no verle.
-Aquí lo dejé, aquí lo dejé...
La Muerte caminó hacia el hombre. Inmediatamente el primer hueso de su pie tocó la madera del suelo, el hombre volteó a verle, con unos ojos verdes penetrantes, ojerosos y enrojecidos, al parecer por no dormir.
La mirada del hombre que antes era de desesperación y espanto desaparecieron y se volvieron en una de rabia, profunda rabia.
-¡Ahora no! ¡No molestes, no estoy listo!- Dejó de ver a Muerte y volvió a empezar a darle vueltas a la habitación con su mirada de desesperanza.-... Dónde esta... dónde esta... ¡Juro que la tenía aquí mismo!...
Muerte no se inmutó por el grito del hombre. Era raro que le viera y le reprochara, más que raro, pero la vida sigue y la muerte apremia. Nadie va a ir a Irak por los ni a la Franja de Gaza a recojer a los muertos más que él.
El hombre seguía en circulos refunfuñandole a la nada, sin tomar en cuenta a la Muerte. Esta caminó en dirección a él y le estiró una mano para tomarlo del hombro, pero el viejo reaccionó ante tal acción y para mayor asombro de Muerte esquivó su esqueletica mano y se la alejó de un manazo.
-¡He dicho que aún no!-Empezaron a salir lágrimas de sus ojos.- ¡¿Qué no entiendes?!-Empezó a sollozar- No me quiero ir todavía... No puedo-
La sombra misma de la Muerte estremeció. Un humano lo había tocado, es decir, lo podía ver. Toda teoría de que le hablaba solo desapareció. Hans podía ver a Muerte, aún no se quería ir pero tenía que hacerlo.
-Demonios... dame un minuto... solo uno... tiene que aparecer...
Y continuaba el anciano buscando entre nada, con los callosos pies pasando de un lugar a otro sobre el excremento de cuervo y con la Muerte en el marco de su puerta.
1 comentario:
Hola hacía mucho tiempo que no entraba, me han gustado cantidad lo que has escrito sobre la muerte, me gusta tu estilo, sigue así. Dew.
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