Se vino la calma,
llegó el silencio.
Susurró su alma.
Y no respondió ni un muerto.
Acaso le oyó,
la pobre pena de la niña eterna,
que corre tierna
por las llanuras secas de su corazón.
Sin rencón y sin amor.
Sin melancolía u horror.
Sintió como le llegaba el dolor.
Sin mayor explicación.
Mientras la niña canturreaba,
una vieja canción popular,
mientras la sangre tibia y casta
de él empezaba a coagular.
"¡Corre como liebre,
vuela como la tristeza!"
Le susurró a la niña eterna.
¡Pobre de esa alma!
¡Pobre olvidada en el olvido!
La niña corre y se salva,
pero el alma ya se ha ido.
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