Era casi media noche del 24 de diciembre, y en todo el recinto de la impresa, parecía que el continuo guiño de las cámaras de seguridad eran las únicas que señalaban algo de “vida”, pero, pisos abajo, en el sótano, un hombre de camisa azul y pantalón gris con zapatos negros, calvo, algo obeso y que parecía dormitaba se encontraba habitando el rascacielos, aunque fuera varios metros bajo tierra.
Feliz Navidad Álvaro. Se dijo a si mismo mientras un pequeño arbolito de navidad de unos treinta centímetros de altura relucía muy orgulloso sus 6 esferas del tamaño de una pelota de pin pon. Tomó un buen sorbo de su café descafeinado que tenía en su taza, se recostó sobre su silla acolchada que él mismo había pagado con su dinero (como eran de incomodas las sillas de madera que le ofrecían en la empresa) y se dedicó a pensar en su familia; Toda una hermosa familia de una esposa y una hija… Que no lo verían en hasta las 7 de la mañana del 25 de diciembre. Talvez llegue a tener la suerte de ver a su hija abriendo los regalos de Santa Claus pero, así de temprano como se acostumbraba parar para buscarlos. (entre las 4 y 5 de la mañana) Quizás no.
Álvaro siempre quiso pensar de una manera positiva sobre su trabajo.
Si, talvez no acabé la preparatoria, pero, soy feliz, tengo familia, una hermosa hija, una adorada esposa, y quien sabe, sin mí este lugar estaría siendo robado ahora mismo.
Cada día 25 de cada mes de diciembre, desde hace casi 8 años, se dice eso para no renuncíar a ese trabajo que lo tiene atado desde las 7 de la noche hasta las 7 de la mañana no le ha permitido ver a su hija crecer. Claro, trabajaba duro para poder mantener a su hija y esposa lo mejor posible, pero a veces, es casi imposible.
Un compadre suyo hace ya unos cuatro meses se fue de indocumentado al otro lado, y según se ha enterado, le va muy bien; claro, sus jefes se aprovechan un poco de su situación legal con respecto a sus horas de trabajo, al igual que sus compañeros allá en el rancho donde está, pero, gana bien… Para lo que gana normalmente un indocumentado, bastante bien.
¿Cuántas veces no se lo propuso, a sí mismo y a su esposa? Mandaría semanalmente (porque así le habían dicho que pagaban allá, a la semana) una lanita a su esposa, para que su hija pudiera entrar a una buena escuela cuando creciera, para poder pagar los alimentos sin necesidad de pedir que le fíen, para no vestir ropa de segunda mano y quizá, comprar un cochecito, para no andar ya nunca más en ese ataúd con llantas que la gente llama motocicleta.
Pero su esposa siempre le contestaba con la misma respuesta: No, Álvaro, entiende, si te vas, ¿que voy ha hacer? Me voy a quedar sola, tu hija nunca más te volverá a ver, ¿Cómo se lo vas a explicar? No la verás crecer, y aunque regreses, ese tiempo perdido nunca lo recuperarás ni con mil fotos o memorias.
“No la verás crecer”… Qué dura pueden ser unas palabras… No la vería crecer... Mejor la dejo de ver unas horas, así se que la puedo ver mañana…
Ya pasaban de las dos de la mañana… A Álvaro ya le estaba venciendo el sueño, cosa que nunca le pasaba, y sentía como su mente se despegaba de su mente, como volaba por todo el edificio, pasaba desde el sótano donde estaba hasta el piso 50, en la oficina del dueño, la caoba estaba por todas partes, en las paredes, el suelo, su escritorio, su sillón… Salió por el gran ventanal que tenía atrás el sillón del escritorio y sintió como volaba por todo el D.F. Vio como los pocos carros que pasaban por Periferico iban por una anchisima calle, que se notaba así por la falta de habitual tráfico congestionado.
Siguió volando, hasta llegar a Neza, donde en una callecita, en una casita de cemento hecha a mano por él (Un gran orgullo lo acobijo cuando la vio, igual que cuando la recién había termindo), no tenía mas de tres cuartos, solo los suficientes, la sala-comedor-cocina, y los cuartos.
Atravesó rápidamente la puerta y se siguió derecho, hasta un pequeño cuarto de 3 por 4 metros, donde en una camita pequeña, dormía su hija.
Lucero dormía placidamente en su camita, acobijada por una sabanita de rehuso que lo mostraba gracias a todos los parches que tenía encima, pero a la niña parecía no importarle. En su cara se notaba una sonrisa que mostraba su impaciencia a que sus juguetes de Santa Claus estuvieran en el árbol. Álvaro sonrió placidamente mientras la acariciaba, aunque sus manos la atravezaban.
De golpe sintió como su esencia, que había viajado desde el edificio donde estaba hasta su casa, era atraído como por una aspiradora; luchó incansablemente por no irse. ¡Un rato más!¡Un rato más! ¡Solo quiero ver a mi Lucero! ¡Por Favor!... Pero ya era tarde, cuando se dio cuenta, estaba sobre su sillón acolchonado y su reloj marcaba las 3 y media de la madrugada, su café estaba sobre el suelo y la última gota se escapaba de su taza en caída libre hacia el piso.
Olló una voz que le dijo: Álvaro, Feliz Navidad mi vida, te venimos a dar tu abrazo. Esa felicitación vino acompañada de un abrazo por parte de una niñita de no mas de 5 años.
Unas lagrimas le brotaron de los ojos mientras su hija la preguntaba por ese llanto: Es que… Siento tan bonito de verlas a ti y a tu mamá, las quiero mucho. Felicidades también. Las abrazó a ambas y juntos pasaron lo que restaba del turno de Álvaro para que saliera y pudieran disfrutar lo que restaba del día.
Feliz Navidad Álvaro. Se dijo a si mismo mientras un pequeño arbolito de navidad de unos treinta centímetros de altura relucía muy orgulloso sus 6 esferas del tamaño de una pelota de pin pon. Tomó un buen sorbo de su café descafeinado que tenía en su taza, se recostó sobre su silla acolchada que él mismo había pagado con su dinero (como eran de incomodas las sillas de madera que le ofrecían en la empresa) y se dedicó a pensar en su familia; Toda una hermosa familia de una esposa y una hija… Que no lo verían en hasta las 7 de la mañana del 25 de diciembre. Talvez llegue a tener la suerte de ver a su hija abriendo los regalos de Santa Claus pero, así de temprano como se acostumbraba parar para buscarlos. (entre las 4 y 5 de la mañana) Quizás no.
Álvaro siempre quiso pensar de una manera positiva sobre su trabajo.
Si, talvez no acabé la preparatoria, pero, soy feliz, tengo familia, una hermosa hija, una adorada esposa, y quien sabe, sin mí este lugar estaría siendo robado ahora mismo.
Cada día 25 de cada mes de diciembre, desde hace casi 8 años, se dice eso para no renuncíar a ese trabajo que lo tiene atado desde las 7 de la noche hasta las 7 de la mañana no le ha permitido ver a su hija crecer. Claro, trabajaba duro para poder mantener a su hija y esposa lo mejor posible, pero a veces, es casi imposible.
Un compadre suyo hace ya unos cuatro meses se fue de indocumentado al otro lado, y según se ha enterado, le va muy bien; claro, sus jefes se aprovechan un poco de su situación legal con respecto a sus horas de trabajo, al igual que sus compañeros allá en el rancho donde está, pero, gana bien… Para lo que gana normalmente un indocumentado, bastante bien.
¿Cuántas veces no se lo propuso, a sí mismo y a su esposa? Mandaría semanalmente (porque así le habían dicho que pagaban allá, a la semana) una lanita a su esposa, para que su hija pudiera entrar a una buena escuela cuando creciera, para poder pagar los alimentos sin necesidad de pedir que le fíen, para no vestir ropa de segunda mano y quizá, comprar un cochecito, para no andar ya nunca más en ese ataúd con llantas que la gente llama motocicleta.
Pero su esposa siempre le contestaba con la misma respuesta: No, Álvaro, entiende, si te vas, ¿que voy ha hacer? Me voy a quedar sola, tu hija nunca más te volverá a ver, ¿Cómo se lo vas a explicar? No la verás crecer, y aunque regreses, ese tiempo perdido nunca lo recuperarás ni con mil fotos o memorias.
“No la verás crecer”… Qué dura pueden ser unas palabras… No la vería crecer... Mejor la dejo de ver unas horas, así se que la puedo ver mañana…
Ya pasaban de las dos de la mañana… A Álvaro ya le estaba venciendo el sueño, cosa que nunca le pasaba, y sentía como su mente se despegaba de su mente, como volaba por todo el edificio, pasaba desde el sótano donde estaba hasta el piso 50, en la oficina del dueño, la caoba estaba por todas partes, en las paredes, el suelo, su escritorio, su sillón… Salió por el gran ventanal que tenía atrás el sillón del escritorio y sintió como volaba por todo el D.F. Vio como los pocos carros que pasaban por Periferico iban por una anchisima calle, que se notaba así por la falta de habitual tráfico congestionado.
Siguió volando, hasta llegar a Neza, donde en una callecita, en una casita de cemento hecha a mano por él (Un gran orgullo lo acobijo cuando la vio, igual que cuando la recién había termindo), no tenía mas de tres cuartos, solo los suficientes, la sala-comedor-cocina, y los cuartos.
Atravesó rápidamente la puerta y se siguió derecho, hasta un pequeño cuarto de 3 por 4 metros, donde en una camita pequeña, dormía su hija.
Lucero dormía placidamente en su camita, acobijada por una sabanita de rehuso que lo mostraba gracias a todos los parches que tenía encima, pero a la niña parecía no importarle. En su cara se notaba una sonrisa que mostraba su impaciencia a que sus juguetes de Santa Claus estuvieran en el árbol. Álvaro sonrió placidamente mientras la acariciaba, aunque sus manos la atravezaban.
De golpe sintió como su esencia, que había viajado desde el edificio donde estaba hasta su casa, era atraído como por una aspiradora; luchó incansablemente por no irse. ¡Un rato más!¡Un rato más! ¡Solo quiero ver a mi Lucero! ¡Por Favor!... Pero ya era tarde, cuando se dio cuenta, estaba sobre su sillón acolchonado y su reloj marcaba las 3 y media de la madrugada, su café estaba sobre el suelo y la última gota se escapaba de su taza en caída libre hacia el piso.
Olló una voz que le dijo: Álvaro, Feliz Navidad mi vida, te venimos a dar tu abrazo. Esa felicitación vino acompañada de un abrazo por parte de una niñita de no mas de 5 años.
Unas lagrimas le brotaron de los ojos mientras su hija la preguntaba por ese llanto: Es que… Siento tan bonito de verlas a ti y a tu mamá, las quiero mucho. Felicidades también. Las abrazó a ambas y juntos pasaron lo que restaba del turno de Álvaro para que saliera y pudieran disfrutar lo que restaba del día.